Tengo miedo. Estoy a punto de testificar. Es un miedo incoercible que anida en mis ojos cada vez que te despides, que se atraganta en la memoria si se ciernen últimas veces. Tengo miedo y no sé que voy a declarar. Podría decir la verdad y acabar alejándote porque eres incapaz de soportarla. Te resulta demasiado pronto, demasiado precipitado... Entonces, despedazo las palabras que te diría y selecciono con meditada cautela qué manías usaré como salvoconducto para seguir entendiéndote. ¿Hay un tiempo para sentir? ¿Hay un sentimiento que detenga al tiempo? Si lo hubiese debería ser algo así como la nana que me susurro a mí mismo hasta quedarme dormido plácidamente. "Te quiero, te quiero, te quiero..." Aunque tú no lo hagas. Te quiero. No sé si como salvoconducto, como tregua inconsciente, como las piernas recorriendo los últimos metros del patíbulo o como las manos arrullando al sueño. Estoy siendo sincero, no te pido que tú lo hagas ...
Funambulista de versos sin terminar, a medio camino entre poesía y realidad.