Deambulo por tus ojos noctámbulos,
cansado del camino que está por andar.
Me cubro con la dama negra
y aniquilo cualquier atisbo de esperanza
que no sea la ajena.
No sé vivir en un mundo
que no sea el mío.
Plagado de maleza marchita,
me consumo,
y consumo hasta el último resquicio de ser
que ya no me queda.
Ya no me queda.
Fantaseo con la idea de otra vida
como si la muerte
no fuera ausencia de toda misma.
Y eso es todo lo que no deja de ser.
Ausencia.
Ausencia.
Ausencia.
Me inundan de niebla los pulmones,
de ideas la cabeza
y sólo puedo pensar:
ausencia, ausencia, ausencia.
Tranquila me grita al oído,
como en un susurro:
"acércate,
mi proximidad es lejanía".
Me recuerda callada
que el silencio es ausencia de vida,
y después del silencio,
la nada viva.
Atajo la esperanza
con las llagas en los dientes,
pues no es más que la ausencia de realidad
avocando en definitiva a ausencia de sentido.
Dejo el alma despeinada para el viento
por si en un clamoroso rugir
quisiese zarandearla como brizna de hierba
en el secarral de la vida.
Lejos,
en ausencia de ti,
en ausencia de mí,
en ausencia de nosotros.
Y nosotros recordaramos
en ausencia de memoria
lo que era la memoria de una ausencia.
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