Han pasado siete lunas,
cuatro siluetas dibujadas en mis sábanas
y tres intentos fallidos de autoconvenciminento
para volver a escribir de amor.
Imagino que no te sé todo lo que debería,
que debería dejar de rendirme
al entusiasmo de tus palabras,
al éxtasis de tus ojos cuando explotas tus expectativas.
Y, es por eso,
que restrinjo mis deseos y los sueños,
por si en un descuido de realidad recordase
de repente,
que enjaular las alas
nunca me quitó la adicción al vértigo.
Así que supondrás,
que lo que más me araña por dentro,
ni siquiera es esta hazaña de vernos
distanciados a un metro,
sino todo aquello que no podré aprenderte,
todo esto que no podrás conocerme.
Porque incluso cuando se rompió el dos
y volver a sumar parecía misión suicida,
llegaste con brazos de rescate
y caricatura de sabor amargo en la lengua.
Porque incluso después,
nos invitamos a cafés a medias,
volviste loca a mi loca cabeza
y diste cuerda a una caja alborotada de pájaros
a los que enseñaste a pisar suelo sin pedir perdón.
Porque aunque ahora
nos conozcamos como extraños,
nos digamos nuestra película favorita
desde la anacronía de dos figurantes
y nos recitemos en susurros las cicatrices.
Porque aún escondiendo los rincones
para enseñármelos a escondidas,
aún haciendo garabatos a tus pedazos,
preferiste confesarte en el escapismo de las oportunidades.
No te culpo,
pero hace tiempo que dejé de estar a prueba de contradicciones,
hace tiempo que los bandazos dejaron de coser adrenalina en mis ojos,
y los muros de soportar juegos de cebada.
¿Acaso se puede romper un corazón
que ya estaba roto?
cuatro siluetas dibujadas en mis sábanas
y tres intentos fallidos de autoconvenciminento
para volver a escribir de amor.
Imagino que no te sé todo lo que debería,
que debería dejar de rendirme
al entusiasmo de tus palabras,
al éxtasis de tus ojos cuando explotas tus expectativas.
Y, es por eso,
que restrinjo mis deseos y los sueños,
por si en un descuido de realidad recordase
de repente,
que enjaular las alas
nunca me quitó la adicción al vértigo.
Así que supondrás,
que lo que más me araña por dentro,
ni siquiera es esta hazaña de vernos
distanciados a un metro,
sino todo aquello que no podré aprenderte,
todo esto que no podrás conocerme.
Porque incluso cuando se rompió el dos
y volver a sumar parecía misión suicida,
llegaste con brazos de rescate
y caricatura de sabor amargo en la lengua.
Porque incluso después,
nos invitamos a cafés a medias,
volviste loca a mi loca cabeza
y diste cuerda a una caja alborotada de pájaros
a los que enseñaste a pisar suelo sin pedir perdón.
Porque aunque ahora
nos conozcamos como extraños,
nos digamos nuestra película favorita
desde la anacronía de dos figurantes
y nos recitemos en susurros las cicatrices.
Porque aún escondiendo los rincones
para enseñármelos a escondidas,
aún haciendo garabatos a tus pedazos,
preferiste confesarte en el escapismo de las oportunidades.
No te culpo,
pero hace tiempo que dejé de estar a prueba de contradicciones,
hace tiempo que los bandazos dejaron de coser adrenalina en mis ojos,
y los muros de soportar juegos de cebada.
¿Acaso se puede romper un corazón
que ya estaba roto?
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