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Llueve

Había lágrimas 
que caían desnudas y tristes
por lo transparente
de un amanecer bañado 
en gris.

Había leguas de camino por recorrer
pero las ganas las teníamos intactas.
Sin tocar,
acabamos jugando a la melodía
de querernos.
Nunca hubo corchea 
que sujetara nuestras manos,
ni silencio más grande 
que el de no querer decir nada.
Porque hay silencios que hablan
cuando ni los suspiros
se atreven a aparecer por la ventana.

Yo no aprendí a bailar bajo la lluvia,
pero aprendí a quererla.
Cuántas veces.
Cuántas veces hizo mi boca
saciable las ganas de ti.
Qué poco. 
Qué poco duró el frío en esa tapia blanca.

Aún hoy,
y tras meses sin haber dejado de colorear de rojo
el cielo de tus ojos,
me pregunto
si todos los intentos, 
los ensayos de respuesta y error, 
los pies de puntilla 
sobre la verdad,
no eran más que
notas sonando en lo agudo del espacio.

Y ayer, 
que ya desistí 
porque amarillo tuviera lugar en la paleta de colores,
me pinto a mí, 
sólo,
pero con las mismas ganas de verte aquí. 
Mojándote.

Y mañana 
o dentro de semanas,
no lo sé,
quizás acabe por ser lágrimas 
en los ríos de alguien.
Sin quererlo.
Como a ti.
Y qué mal se me da mentir.

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