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Madrid

Voy en tren
a ninguna parte.
Y parto de la idea
de que sin ella no hay estación en la que parar.
Todavía oigo el altavoz de su mirada
diciendo que no me perdonaría.
Ya no tengo donde sentarme y sentirme a gusto.
Así que me agarro a la barra
y pido un trago más.
Más.
Hasta que queme.
Hasta que tus recuerdos sean la ceniza
de todos los cigarros que nunca fumamos,
porque los vicios
saben mejor en formato persona.

Sigo en Madrid, 
buscando la calle estrecha donde nos besamos.
Pero todas me parecen iguales.
Ya no estás tú. 
Ya no hay Retiro que suponga descanso
ni Gran Vía que invite a besar.
Ya no hay cuatro torres en el cielo.
Porque no se ven.
Porque no ha habido día
desde que te fuiste de mis sábanas,
que haya vuelto a haber amanacer
o, al menos, 
que yo lo haya visto.

El Palacio de Cristal se rompió.
Me dicen que no era transparente. 
Que las lágrimas lo empañaban 
desde que ya no estamos juntos.
Que Cibeles se ha ido con Neptuno 
a París.
Que dicen que alli todavía existe el amor.
¡Qué ingenuos!

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