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Inevitable

Me han mirado unos ojos
que helaban alientos, 
me han sujetado unas manos
que reclamaban tenues los latidos. 

La veía llegar desde el horizonte 
con ese halo ensordecedor 
de quien no tiene nada por delante, 
cabalgando salvaje e inexorable
hacia quién porta en su sello, la ignorancia.

Y ahora sé, 
que por mucho que la vida duela, 
que por mucho que la jara
ya no se doble al viento, 
que por mucho que el viento 
no me traiga tu voz de todas las veces en un pañuelo.

Que por mucho que lo que vea
no sea todo lo que es, 
que por mucho que salvajemente 
diese zancadas a la ignorancia. 

Sea, justamente esta, 
la que me haga recordar
que desgarre la puerta 
para entrar al mundo. 

Que el mundo no entiende de dolor, 
que no sólo duele lo que toca, 
que el dolor es inevitable, 
que lo inevitable es no reír. 

Que para reír hay que tener, 
que para tener hay que dejar ir, 
que dejar ir no es dejar marchar, 
que marcharse es siempre inevitable. 

Que no es evitable el amor, 
que el amor nace en la puerta, 
que cerrar puertas no siempre es abrir ventanas, 
que las ventanas son frías y también lloran. 

Que llorar no romantiza las heridas, 
que herir depende de uno mismo, 
que ser herido depende del quién, 
que quién te hiere no entiende el dolor. 

Que el dolor no es inevitable, 
que lo que es inevitable es no sentir. 

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