Tenía mirada infinita de cielo,
unos ojos que lloraban ganas de vivir.
A veces intenté ser cauce
para toda su tormenta
y acabe inundándome de su nostálgica esperanza.
Yo la veía,
no como se miran las cosas sin importancia,
no como lluvia en invierno
ni viento en otoño.
Yo la veía
y sabía que miraba la frágil eternidad.
Ella siempre fue la musa poesía de artistas efímeros,
la calle con voz de rebeldía,
las voces que un día se apagaron
esperando volver a gritar,
las alas encadenadas con sangre de vida,
la vida misma de tantos locos
que esperaban menos cuerdas para poder vivir.
Yo la defiendo,
como hija misma del primer y último dios del pantenon.
Yo la defiendo,
por ser la causa última por la que morir
y la primera por la que seguir viviendo.
unos ojos que lloraban ganas de vivir.
A veces intenté ser cauce
para toda su tormenta
y acabe inundándome de su nostálgica esperanza.
Yo la veía,
no como se miran las cosas sin importancia,
no como lluvia en invierno
ni viento en otoño.
Yo la veía
y sabía que miraba la frágil eternidad.
Ella siempre fue la musa poesía de artistas efímeros,
la calle con voz de rebeldía,
las voces que un día se apagaron
esperando volver a gritar,
las alas encadenadas con sangre de vida,
la vida misma de tantos locos
que esperaban menos cuerdas para poder vivir.
Yo la defiendo,
como hija misma del primer y último dios del pantenon.
Yo la defiendo,
por ser la causa última por la que morir
y la primera por la que seguir viviendo.
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