Quiéreme como si no te lo estuviese rogando,
como si no estuviese tiritando de miedo en cada esquina
y tú no me hubieses incluido en la lista de mendigos
a los que la gente mira de reojo por si acaso la tristeza les contagiara.
Niégame tres veces,
he ahorcado al gallo y a mis entrañas
y me he jurado ante un almacén de pena y noche
que esta será la última que broten adioses improvistos en mis ojeras.
Dime qué pasa si no pasa nada,
si me desvanezco entre tus ganas
y la ceniza se recrea en el hueco
en el que han dejado de sonar tus palabras.
Cuéntame cómo edificaste cada posibilidad
para después despoblarla de intención
mientras yo cierro los ojos y finjo que me duermo
en algún pasado que me sacrifique la realidad.
Escúpeme los motivos,
tengo una prisa desgastada en las manos
anhelando limpiar la devastación,
queriéndote por encima del miedo a querer.
Mátame la inspiración,
desescríbeme las letras que te traigo tatuadas
hasta que la piel se deshaga al contacto
y no me queden gritos que escribirte encajados en el pecho.
Quizás sólo entonces podría
acallar todo lo que me queda por saber,
desconecerte en el desenlace
y seguir confiando en las palabras.
Podría aguantar el dolor hasta controlar los impulsos,
perderte cada día y no desfallecer en el tiempo que necesites,
quedarme porque intuyo que te acabarás quedando,
rendir la felicidad a tus pasos...
Si acaso la ceniza dejase de cubrir
todo lo que me arde,
si acaso soplases la ceniza
y redundase un final en el polvo
podría vivir con la tranquilidad de saber
que luché el amor hasta la ruina.
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